27 de diciembre de 2012

Pensar el cuerpo como espacio político. Crítica de MAL DEL VIENTO

Mal del viento: Pensar el cuerpo como espacio político

 
Si hay un tema candente en la filosofía y en las ciencias sociales en general es la dicotomía entre lo universal y lo particular, entre lo global y lo local, entre creencias que se podrían llamar occidentales (cientifistas) y las de corte más bien tradicional. Mal del viento (Argentina, 2012) la propuesta de Ximena González para el Festival de cine Pachamama logra transmitir desde la cotidianidad, desde lo concreto, desde lo más íntimo y humano los alcances del problema, demostrando sus aristas más espinosas.
El documental narra la historia de un niño pequeño indígena que tiene una enfermedad extraña y mortal. Los padres deciden en una primera instancia recurrir a la medicina occidental y son obligados por orden judicial a trasladarse a Buenos Aires para que el niño reciba los cuidados necesarios. En medio de ese trajín los familiares del enfermo se dan cuenta que deberían haber recurrido al chamán de la comunidad, puesto que se trataría de un mal indígena y no de uno occidental. Sin embargo, no pueden (por orden de las autoridades) sacar al niño del hospital.
La cámara de González se convierte en el documental en una especie de objeto filosófico, que hace transparentar en la sencillez de la imagen todos los temas propios de la madre de las ciencias. El tiempo se hace cada minuto más pesado, cada segundo que pasa el cuerpo cansado del niño, la mirada desesperada de la madre, hace patente la más cruel representación de la muerte que el cine es capaz de darnos.
Y en la superficie de esta imagen, reside el problema ético-epistemológico del lugar de la ciencia en relación con los saberes tradicionales, en donde el primero aparece en toda su violencia, como imposición. Parece aquí inevitable citar las concepciones llevadas al extremo de Foucault. El cuerpo es un lugar por donde pasan poderes, es un lugar de imposición de saberes. Pero en Mal del viento esto se lleva a límites impensables, se trata del cuerpo cansado de un niño, encerrado en las cuatro paredes de un hospital, observado con la rigurosidad del panóptico. La respiración del niño, la tos, su sueño, se convierten pues en objetos políticos que hacen patentes los problemas sin resolver del proyecto de la modernidad filosófica.