12 de abril de 2014

Realidad, juego y tiempo ::: Sobre la obra de Eugenia Perez Tomas

Notas para una hipótesis de lectura de Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio 
Por Ximena González


“El jugar tiene un lugar y un tiempo. No se encuentra adentro según acepción alguna de esta palabra (…). Tampoco está afuera, es decir, no forma parte del mundo repudiado, el no-yo, lo que el individuo ha decidido reconocer (con gran dificultad, y aun con dolor) como verdaderamente exterior.”
D. W. Winnicott

“En la playa de interminables mundos, los niños juegan.”
R. Tagore


Rodolfo y Beatriz y el Fantasma Unicornio y el pez alado se encuentran en esa zona intermedia, ni adentro ni afuera de ellos mismos, ni adentro ni afuera de uno que los mira y que participa del juego, con la seriedad y el compromiso que siempre implica jugar. En ese lugar de transición, el tiempo toma otra dimensión: se vuelve personaje, es denso pero informe, no respeta linealidad, no existe como antes o después, sino como soporte para ese sueño colectivo que se desplaza entre realidad y juego. Me niego a pensar en la propuesta de Eugenia Pérez Tomas como una obra, como una puesta en escena, como un texto interpretado por actores… En este juego yo hago de espectadora y me dejo llevar a ese universo donde el lenguaje entiende solo de palabras importantes que se escapan de Beatriz porque ya no le caben adentro (o porque tampoco reconocen las fronteras de su cuerpo) y atraviesan a Rodolfo como si fuera permeable. Pero también me niego a hablar de Beatriz y de Rodolfo como entidades autónomas, como unidades limitadas por una membrana que establece un límite entre un exterior y un interior, como capaces de decir YO. La ficción acá es la de los cuerpos, que pretenden establecer una frontera entre uno y otro, que intentan hablar de identidad, que se enredan en el abrazo y se separan, una y otra vez, deseando probar esa distancia, convencerse de esa pretendida identidad basada en la separación del otro, en la posibilidad de su huida, en la fantasía del abandono… Pero el tiempo, que juega a la repetición, les niega el devenir, el tiempo se anula a sí mismo, o mejor, se convierte en absoluto, envuelve a los cuerpos en el juego de ser uno y otro y creer que la muerte es una cosa distinta a ese letargo. La muerte espera -¿o ya llegó?- y no es cuestión de tiempo para que se precipite, el tiempo sólo juega a hacer avanzar un tren que corre en círculos, pasando incansablemente por el mismo lugar y que sólo va a detenerse cuando el fantasma unicornio lo levante y cambie las reglas del juego. Y en esta variación del juego, cada vez soy menos yo y mas esa zona indefinida, entre el adentro y el afuera, donde me miro en el espejo de ese andrógino, ni hombre ni mujer, ni vivo ni muerto, que viene a confirmar –empañando la certeza con cierta melancolía- la vulnerabilidad de mis límites, a descubrir que yo también soy máscara. Entonces, en ese mundo donde yo juego a ser invisible, a estar sentada y observar, y ellos juegan a no verme y a que existe un tiempo que ahora puede ser lineal, rompen el hechizo diciendo la palabra mágica, FIN… Aunque al volver a prenderse la luz ya no pueda reconocer la diferencia entre el verdadero rostro y la máscara que cayó en el apagón.

* La obra Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio se encuentra actualmente en cartel en el Centro Cultural Matienzo, los días viernes a las 20:30 hs. www.ccmatienzo.com.ar